Descripción
Me quieren agitar, por Paula Carman
YO DEBERÍA HACER ALGO DIFERENTE, PERO, PARA VARIAR (Y PARA GRAN PENA DE LOS COMIENZOS) TODAVÍA NO CUENTO NI CON MI PROPIA APROBACIÓN. SOY LO QUE ME LIMITA Y ME CONTIENE COMO UN ASTERISCO ANTE LA ENORMIDAD. ALGÚN DÍA HE VOLVER AL TEMA.
Lo que no deseo no existe, entonces, dónde, para qué ser, por qué no abandonarme y flotar sobre aguas prestadas completamente vacía de fiesta, y pensar en que tal vez sólo sea cuestión de aceptar mis garabatos y el desorden. Para qué hacer estos efervescentes esfuerzos por salvarlo todo, si siempre quedan los mismos? Si sólo resisten los versos que tienen suerte con el eco. Ellos no derrochan a las paredes, ellos viven atentos a procurarse un alma, el arte de hacer, de nacer, en lugar de morder los dientes para que traben mi lengua.
De tanto apretar los ojos para que no entren las noches mal iluminadas, parezco frívola.
Mañana será otro día de reclusión. Habrá en la libertad de mañana algún refugio alternativo, menos grotesco o con bordes más acolchonados?
De a ratos me canso de darme calor en las manos. Lo que debiera calmarme me vuelve denuncia. Quién me llenó con la idea del deber de contraprestar el calor? La luna ya nos fue dada, repartida cada porción, una obra de equidad que se vuelve cada día más injusta. Mi porción de luna discurre atraída como hoja seca por el suelo que otoña a toda esta mitad de planeta. Como la náusea de saber que nada nos exime de no llegar, de no alcanzar a ser absolutamente nada.
Es una pena tener la barba y la piel tan endurecidas, dirán las viejas cuando las ficciones ya no alcancen para llenar el silencio. Uno se enfría con el tiempo y entonces todo se fortalece y yo pienso que ya llevo mucho tiempo cansándome de endurecerme de frío. Por eso ahora cuando hace frío yo ya no estoy ahí sino en otra parte artificialmente más blanda y más tibia y más segura, donde el aire no vuela techos ni tiembla ventanas, donde hasta el viento es tan poco viento que no puede levantar ni las hojas del suelo.
A los ocho años, una aguja me punzó el pensamiento durante el instante en el que brilló aquel flash. La foto no muestra el daño, pero yo lo noto cada vez que la veo. Yo no sé qué pasó, pero todavía siento cómo, por ese agujero, aún hoy tratan de nacer cosas que no van a tener muchas oportunidades allá afuera.
Sobrevivir es hostil, ya lo sabemos. Mucho más hostil que la amenaza perpetua a la que nos invita la fe.
A veces me parece que cada uno de esos nacimientos inaugura un vacío que clona al anterior. No puedo decir que exactamente igual, pero tampoco es que yo les vea alguna diferencia.
En esos vacíos todo lo verde cierra la boca y ya no canta esperando a que se diluya esa falsa separación que nos comprime. Todos quieren asegurarse y se recorren el decorado para ver si encuentran la falla y la reparan antes de que no quede otra cosa que una bolsa de café caliente entre las sábanas o nadar en café tibio o alguna otra cosa con café y calor que nos bendiga un poco y nos despierte algo, porque ya ni queremos matarnos de tanto cansancio.
Entonces todos pintan o bailan o se desesperan, como si los colores o el movimiento pudieran variar lo poco que representan, y la desesperación hacer algo por las semillas que no crecen antes de que aparezcan los pájaros.
Habría que romper las paredes de la cárcel agujero y escapar gritando y corriendo con los brazos como aspas o como lenguas, o no sé, como cualquier otra cosa que corte lo suficiente.
Cuando consiga el ácido, o el sarcasmo necesario, ya no me va a hacer falta seguir entablillando tendones para que sonrían de memoria ante cada gesto extranjero o ante cada imposibilidad de dar una respuesta.
La mayoría de las personas se enamora del episodio anterior durante el episodio siguiente (las cárceles más pequeñas son las que encierran más gente). Una minoría esperanzada, en cambio, vive siempre enamorada de lo que está por pasar.
Y después estamos nosotros, los que desayunamos sano mientras paladeamos el agridulce modo en que nos vamos desafectando, extinguiéndonos como neones que se ciegan desde la entraña misma, rodeados de todo este espacio somnoliento cansado de huesos.
Si pudiera apagar de manera natural el pensamiento y que ya no me nazcan criaturas a morir enseguida para darme duelo y sin sabor a frutos rojos ni a vainilla, yo lo haría. Pero creo que para eso todavía algo me falta, y ese algo, de seguro que es de lento transcurrir. Lo natural siempre se toma su tiempo, en miniatura, para que nos duela en cuenta gotas, para que marquemos las paredes en rayitas de a semana, ?para que aprendas?. Lo natural tiene tanto de sabio como de perverso.
Uno se encariña, pero la desgracia es vulgar.
Tragedia y miseria ocurren todo el tiempo.
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